sábado, 3 de diciembre de 2011

A una semana, de volver a empezar.

Dentro de una semana jurarán por Dios y la Patria los nuevos encargados de comandar los destinos de este Quines.
Los que se vayan, mientras saquen apurados los últimos papeles del escritorio seguirán escuchando el ruido de las marchas y descontentos sociales que los acompañaron durante buena parte de su malograda gestión.
Los que se van lo hacen desprestigiados, abucheados, despreciados o ignorados por la sociedad que dejó de creerles.
A los que llegan se les advertirá “si así no lo hiciereis, Dios y la Patria os lo demanden”.
Eso sí que muchas veces fue tomar dos santos nombres en vano.
Porque el juicio de Dios llegará como a todos los muertos, pero luego de que la defraudación de la esperanza haya amargado la existencia de los vivos.
Y la Patria, pobre Patria, no tiene jueces que demanden en su nombre la traición a la fe, la violación de la confianza, y la contaminación de la ilusiones que algunos señores practican por costumbre cuando se sientan en sus espacios de poder.
No debiera haber delito peor que el de socavar la creencia en las instituciones. Sin embargo no está escrito ni tiene sanción en el Código Penal.
Debiera ser delito defraudar las expectativas públicas en forma reiterada, pero faltarían jueces que arrojen la primera piedra y tampoco habría tantas cárceles.
Ojalá que los que llegan nos devuelvan la esperanza. De esta manera volveremos, de a poco, al lugar que nos merecemos como pueblo.
Les doy mi voto de confianza. Ojalá no me equivoque; para no tener que esperar resignado, una vez más, que Dios y la Patria al menos se lo perdonen.