jueves, 18 de agosto de 2011

El intendente que no pudo ser

Ya está. Lo que más temía ya le ocurre. El gran derrotado mira sin ver, a través de los cristales del jardín de invierno de su casa.
Ya nada es lo mismo. ¿Qué se hizo de la buena estrella que lo llevó a convertirse en uno de los senadores más jóvenes de la historia en Ayacucho y en uno de los líderes que más prometían?
En la habitación contigua, blanca, enjalbegada, el ajedrez bosteza junto con la chimenea y sus caballos mustios no logran explicarle cuál fue la jugada fallida que lo condujo a la derrota.
Alvarez siente que, en las urnas, lo traicionaron.
Ha caído en la más formidable de las depresiones y piensa en la maldición que pesa sobre los que rodean a Walter Gatica y en el anatema gitano que vomitó algún otrora líder justicialista hace algunos años: “Si depende mí, el Peteco no va a ser nunca intendente”.
No se resigna a pensar que le ganó la pulseada Julio Gomez. Y la sombra de un sollozo le atraviesa la garganta al imaginar a otro ocupando “su” sillón en la intendencia.
No hay nada que hacer. Ya no podrá ser nunca alto, rubio y de ojos azules. La peor encuesta de todas, que es la elección, lo ha restituido brutalmente a la realidad. Ya es tarde para ser centroforward.
Pronto la cohorte de adulones y alcahuetes se desvanecerá en el aire, como las damas y los caballeros del rey Don Juan. Dejándolo a solas con la familia y los más íntimos, como su amigo Carvelli.
Tal vez pueda ser senador, nuevamente, pero ya habrán pasado los quince minutos de gloria que prescribía Andy Warhol para todos los mortales. Nunca más el centro de la escena. “Aunque, ¿quién sabe”, se ilusiona. “¿Acaso no decía Perón que en política nadie se jubila?”.
No duele tanto no haber ganado… Lo que duele es otra cosa. Porque Sergio Antonio Alvarez , el gran derrotado del domingo, no alcanza a descifrar las causas de su desgracia.
No entiende, por ejemplo, como más de 1200 personas que pasaron por su sede a darle su apoyo y a “puntearse” pueden haberle dado bruscamente la espalda.
Es improbable que el gran derrotado entienda que se planteó un imposible teórico. Que careció de la grandeza y de la capacidad estratégica de revisar a fondo sus propios errores para romper de verdad con todo lo que ir acompañando a un modelo nefasto, representaba.
Nunca se animó a tener ese gesto que podría haberle dado el triunfo. Solo tenía que separarse de Walter Gatica y su entorno, ante el hartazgo generalizado de la sociedad. Pero Peteco “estaba dispuesto a separarse pero no a divorciarse”.
Su falta de crítica al modelo imperante no llegó a convencer a las víctimas del mismo, porque la gente esperaba que lo hiciera y él nunca lo hizo.
En la última semana, Alvarez perdió las elecciones. Al comenzar la campaña, Peteco auguraba un triunfo contundente con más de 1800 votos a su favor. Pero una seguidilla de hechos provocaron la pérdida masiva de sufragios. Todo restó. Desde el video anónimo de Hitler hasta el cruce con Daniel Paez Oros en la última entrevista radial cuando el comunicador pretendío (vanamente) que Alvarez reconozca la situación funesta del pueblo.
Desde la no aceptación de recibir mensajes en la radio hasta el escrache de los empleados municipales el jueves último. Desde el ninguneo hacia los otros candidatos considerando públicamente a la suya como “la única lista oficial” a los rumores de aprietes a los trabajadores de la inclusión social.
Todo influyó en una semana donde Alvarez perdió el timón y que culminó con una derrota ajustada, pero a la vez aplastante para sus aspiraciones inmediatas.
Quizás no era el momento de Alvarez. En el último tiempo fue considerado por parte de la opinión pública como la suma de todos los males, acusandolo de cosas que, incluso en algunos casos, no necesariamente fueran su responsabilidad.
Cargaba una mochila muy grande Alvarez. Y también cometió algunos errores.
Muchos le critican una reiteración de su estilo vacilante, impulsivo, con un discurso huérfano de ideas. Para otros, simplemente se confió.
Y, ahora, Peteco seguramente pensará una y otra vez en que falló.
El gran derrotado mirará el tablero una y mil veces durante los próximos días y buscará en su mente la forma de evitar el Jaque Mate.
Pero ya es tarde. Al menos en esta partida, no va a poder ser.