miércoles, 13 de julio de 2011

QUEDA PROHIBIDO MENTIR



Una sociedad en blanco es mucho más que un pueblo que paga sus impuestos. Es un pueblo que ha decidido sincerar sus deformaciones, echar luz sobre sus rincones más oscuros y sus males más antiguos.
Un pueblo en blanco no es una comunidad que destierra a sus estafadores, a sus especuladores o a sus usureros, es apenas un estado que hace visibles las reglas de juego para que las trampas sean también más visibles.
Si no entendemos que la hemorragia que hemos sufrido en estos últimos años es el reflejo de una enfermedad mayor que pide tratamiento general y urgente, será difícil tragar cualquier medicina electoralista.
Los quinenses solemos creer que un plan es algo así como una vacuna o una bacteria polivalente que nos inmuniza de por vida o nos contamina para siempre.
Que un candidato es un sanador o un enterrador según lo asimile la sagrada opinión pÚblica que hace de juez y de verdugo sin apelaciones.
Nos ha costado mucho caer tan bajo como para que la desgracia tenga un sólo apellido responsable.
Si no entendemos que la escasez que nos hermana es colectiva y compartida, no entenderemos que la abundancia sólo puede llegar si todos aceptamos que la imagen desvaída del espejo somos nosotros en estado puro.
De eso se trata. No de la alquimia de un candidato o las ecuaciones matemáticas de un técnico. Detrás de la hemorragia sufrida en esta última década está la necesidad imperiosa de sincerar nuestro contrato como grupo que convive en un mismo territorio.
Porque una sociedad en blanco es mucho más que una suma de ciudadanos que pagan prolijamente sus impuestos.
Un pueblo en blanco es un conjunto de hermanos que han prometido no mentirse nunca más los unos a los otros.